Son catorce pesos, decía Julieta, alcanzando una de las
hamburguesas de lenteja y garbanzo que había hecho junto a Marcos. Su rutina empezaba a las 6:00 am. En realidad la noche anterior,
porque Juli dejaba todo cocinado para tener que empacar al otro día. Caminaban algunas
cuadras desde su casa para instalarse entre 7 y diag. 78, frente a la facultad
de bellas artes, donde ambos estudiantes de artes plásticas trabajaban en la
informalidad.
“Cada
vez hay más gente que se está autogestionando”, aseguró Juli, quien viene
llevando su negocio desde hace año y medio, entonces recordó: “El primer día, al
otro chico de los panes no les gustó que llegara más gente a vender. Son medio
territoriales y yo como un pollito mojado… –rió con una sonora carcajada-; de a poco
resultamos re buenos amigos. Sólo es respetar los códigos de venta dejando un
lugar para los que llevan mayor tiempo. Es una educación que se aprende”.
Legado
-así lo llama Juli- contó que una amiga le entregó el negocio y la receta antes
de irse; sólo fue acercarse y buscar un lugar. Llegando el medio día, se prepararon:
venía la mejor hora de ventas de todo ese miércoles y cuentan que en el día
pueden llegar a hacer $140.
“Hamburguesas
de Lenteja y garbanzo”, decía el letrero que habían hecho para su local; una
silla y una mesa eran el puesto de
trabajo de cada dos días para Juli, mientras Marcos se sentaba en el suelo con
una cesta vacía. Para ellos, cada hamburguesa vendida los acercaba más a su meta:
tenían las intenciones de un buen viaje de verano, con un destino diferente al
de Bariloche y Trelew, de donde son respectivamente. Pensaban ir de mochileros
a Bolivia.
El horario
de clases no es problema; Julieta y Marco aprovechan las tardes sin cursadas
para extender su jornada hasta pasadas las 3:00 pm y cuando uno no puede estar,
el otro toma su lugar en la banca.
Ya son
varios estudiantes que optan por la venta de comida en sus respectivas
facultades para financiar algunas de sus metas más inmediatas, como es el caso
de Juliana y Cesar, estudiantes de periodismo y arquitectura, quienes vinieron
desde Colombia hace tres años. Juliana es de Medellín y Cesar de Manizales.
Ellos quisieron probar con otro producto: Tacos de pollo y carne que venden
a seis pesos.
“Una
tarde hablando en repartir curriculums nos gustó la idea de ser independientes.
Queríamos ver si daba fruto”, contó Cesar
y así amasando ideas llegó a la conclusión que “si uno (de estudiante)
está saliendo y no ha comido bien, algo tiene que comer. No siempre puede ser
pan relleno, ni medialunas; entonces queríamos innovar con algo que se
vendiera”.
El
primer día de venta, recuerdan que el lugar estuvo muy solo y que les
compararon los demás vendedores de la zona cuando todavía no tenían mesa ni
silla. El negocio, sin nombre aún, continúa sin un lugar fijo donde vender. Se
paran frente a Humanidades, Arquitectura o Bellas Artes. “Buscamos lugar aquí,
allí, hasta que llegó el señor del pan relleno que llevaba 5 años trabajando y no dijo que nos moviéramos” aclaró Juliana.
El
relleno, según Juliana y Cesar, no es complicado. Lleva pollo, verdura, carne
un poco de picante y lo que ellos llaman un toque secreto. La preparación les
toma más tiempo del que pensaron en un principio y cuentan entre risas que lo
que más se les ha dificultado es envolver el taco. “Nos quemábamos la mano para
armarlos”.
Llevan
en el mercado muy poco tiempo, un par de días. Salen de cursar y van a su casa
de 47 y 9 para tomar los tacos que armaron recién en la mañana, se paran frente
a alguna de las facultades a vender o esperar que haya alguna ganancia en la
tarde.
Al
igual que Julieta y Marco, Juliana y Cesar también tenían un destino para ese
dinero: querían ahorrar para regresar a Colombia y comprar algunos regalos para sus familias y,
en el caso particular de Juliana, pensaba en ayudar a los niños del hospital
infantil. “Se necesita comida y ropita para ellos” explicó.
La
educación de la que habló Julieta, en Bellas Artes, parece ser un lenguaje
común, pues en el transcurso de la entrevista a Julieta y César, los demás vendedores
frente a humanidades les acercaron una silla. Ya ubicados con un lugar cerca de
las escaleras, retomaron labores anunciando a viva voz: “tacos a seis”. Se
alistaron para el cierre de sus cuatro horas de trabajo deseando que el negocio
funcionara, dispuestos a visitar más facultades.
La
recursividad nace en el momento que se necesita de ella y así, de taco en taco,
hamburguesa en hamburguesa, logran construir mucho más que un sueño, en un
mercado cada vez más competido y con una variedad culinaria que abarca desde
bebidas, pasando por frutas hasta las
golosinas. Un lugar donde la creatividad y el esfuerzo son recompensados con
una cesta vacía.
excelente, una lectura muy entretenida y facil de comprender, sigan asi chicos!
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